Una
escuela, ¿para qué?
A
lo largo del siglo XX y XXI la pedagogía racionalista y crítica ha
reflexionado de forma profunda sobre qué significa la escuela,
cuáles son los procesos de aprendizaje en las niñas y niños, el
papel del docente en estos procesos, al mismo tiempo que se ha
debatido (y se sigue haciendo) sobre las contradicciones que surgen
en la concreción de los diferentes modelos educativos, que podríamos
resumir en una serie de interrogantes de difícil solución dentro
del mundo capitalista en el que vivimos ¿es útil la escuela para
compensar las desigualdades sociales existentes en el sistema o se
terminan reproduciendo y perpetuando estas desigualdades? ¿Tiene
capacidad transformadora la escuela de esta realidad o es un espacio
de encuadramiento donde formar a los trabajadores en función de los
intereses del mercado? Y a su vez, si no existiese la escuela, ¿dónde
estarían los niños y niñas? ¿Cómo se acercarían al conocimiento
científico, humanístico, artístico? ¿Dónde se educarían la
sensibilidad literaria o musical o se reflexionaría a través de
todo el patrimonio cultural y natural sobre la vida, el paso del
tiempo, la concepción de uno mismo y sus relaciones con los demás,
los principios democráticos, la solidaridad? Me refiero, claro está,
a los niños y niñas de barrios trabajadores, de la devastada clase
obrera, ya sabemos que las élites siempre han tenido y tienen sus
lugares de formación y reconocimiento.
Este
verano la Junta de Andalucía ha modificado vía Instrucción
(12/2019, de 27 de junio) la organización del currículo de
Primaria, que ha tenido como consecuencia inicial la expulsión de
sus puestos de trabajo de miles de trabajadores de centros públicos,
pero como segundo efecto, y no por ello menos importante, la
reducción considerable de la asignatura de Educación Artística,
que en el caso de la Plástica se ha visto mermada hasta lo
anecdótico. Y así, en miles de aulas, con cientos de miles de
estudiantes de la geografía andaluza, desde Almería hasta Huelva,
cuentan en el horario semanal con media hora o cuarenta y cinco
minutos máximo para esta materia. Sin embargo, las horas de Religión
han aumentado, y por ejemplo en 4º curso de primaria, se imparten
dos horas semanales de esta (sic) asignatura frente a la media hora
de Plástica, por citar un caso concreto, en el CEIP Manuel Siurot de
Huelva.
Es
importante recordar que el Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero,
por el que se establece el currículo
básico
de la Educación
Primaria,
recoge lo siguiente: “Las manifestaciones artísticas
son aportaciones inherentes al desarrollo de la humanidad: no cabe un
estudio completo de la historia de la humanidad en el que no se
contemple la presencia del arte en todas sus posibilidades. Por otra
parte, el proceso de aprendizaje en el ser humano no puede estar
alejado del desarrollo de sus facetas artísticas
que le sirven como un medio de expresión
de sus ideas, pensamientos y sentimientos. Al igual que ocurre con
otros lenguajes, el ser humano utiliza tanto el lenguaje plástico
como el musical para comunicarse con el resto de seres humanos.
Desde
esta perspectiva, entender, conocer e investigar desde edades
tempranas los fundamentos de dichos lenguajes va a permitir al
alumnado el desarrollo de la atención,
la percepción,
la inteligencia, la memoria, la imaginación
y la creatividad. Además,
el conocimiento plástico
y musical permitirá
el
disfrute del patrimonio cultural y artístico,
al valorar y respetar las aportaciones que se han ido añadiendo
al mismo”
Y
estamos muy de acuerdo con la introducción que se hace de la
materia, pero algo aquí no encaja, puesto que, ¿alguien puede
pensar que en media hora a la semana se puede desarrollar mínimamente
el currículum de la asignatura? ¿Se desarrollará la percepción,
la imaginación, la creatividad a través del lenguaje plástico,
visual en treinta minutos?
Asimismo,
el Decreto 97/2015, de 3 de marzo, por el que se establece la
ordenación y las enseñanzas correspondientes a la Educación
Primaria en la Comunidad Autónoma de Andalucía, recoge en su
artículo 11, que “el horario que se asigne a las asignaturas debe
entenderse como el tiempo necesario para el trabajo en cada una de
ellas, sin menoscabo del carácter
global e integrador de la etapa”. No obstante, es a todas luces
obvio, que es imposible poder desarrollar plenamente la materia con
media hora a la semana.
Cabe
preguntarse entonces, ¿qué criterios pedagógicos ha seguido la
Junta de Andalucía para que de facto se minimicen las enseñanzas
artísticas? ¿Qué intereses hay detrás de todo este movimiento,
que deja a trabajadores en la calle (que han entrado en bolsa con
criterios públicos y conocidos, accesibles por todos/as, sin
necesidad de profesar credo alguno) y a los alumnos sin las materias
que la propia normativa vigente considera fundamentales para su
desarrollo intelectual, su interacción con el mundo, su expansión
creativa? ¿A cambio de qué se sacrifican asignaturas que ayudan a
pensar, a desarrollar la personalidad, en pro de la religión,
fundamentalmente católica, que pretende un pensamiento único y
doblegado, que niega el saber científico por el dogma?
Probablemente,
una de las claves está aquí: la propia Instrucción (12/2019, de 27
de junio) reconoce que sobre la Orden de 17 de marzo de 2015, por el
que se desarrollaba el currículo correspondiente a la Educación
Primaria en Andalucía, “fue interpuesto el recurso
contencioso-administrativo 366/20151.
Como consecuencia del mismo, la Sección
Tercera de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal
Superior de Justicia de Andalucía
dictó
la
sentencia de 25 de mayo de 2018 por la que se anulaba dicha Orden.
Habiendo sido inadmitido el recurso de casación
interpuesto por esta Consejería,
y con objeto de permitir el desarrollo del próximo
curso escolar con normalidad y garantía
para la Comunidad Educativa se dicta la presente Instrucción”.
Pero,
¿quién interpone un contencioso administrativo a la Junta, por qué
y además lo gana? En la sentencia vemos cómo todas las diócesis y
archidiócesis andaluzas actúan junto con la Asociación Profesional
de Profesores de Religión de Centro Estatales (APPRECE), que aparece
como parte interesada, y solicitan la nulidad de dicha Orden por una
cuestión básicamente administrativa “ya que no le fue concedido
el trámite de audiencia, ya que la notificación se produjo en lugar
incorrecto”. El Tribunal les da la razón, sin entrar en otras
cuestiones y la Orden se anula.
Y
entonces retomo mi pregunta inicial… Un escuela, ¿para qué?
Probablemente
sea la Iglesia católica una de las instituciones con mayor número
de denuncias por pederastia en nuestra reciente historia, de sobra
son conocidos sus juicios sobre las mujeres, el aborto, el divorcio,
la homosexualidad, su limitado concepto de familia, su connivencia
con el régimen franquista y el actual rechazo a la condena del
mismo, así como a la recuperación de la memoria histórica, entre
otras muchas cuestiones relacionadas con los Derechos Humanos que
directamente no respeta. ¿Qué poder moral tiene esta institución
para dar lecciones de nada? ¿Qué legitimidad? No hablamos de las
creencias individuales, de la espiritualidad que para cada persona se
manifiesta y representa de forma distinta. Eso nosotros sí lo
respetamos profundamente, porque nosotros sí respetamos los Derechos
Humanos.
Pero
junto con nuestro rechazo a la posición de la Iglesia Católica por
su intolerancia e intransigencia, denunciamos el negocio, sufragado
por todos y cada uno de nosotros, a través de los “profesores”
de Religión (cuyo nombramiento está designado por el propio
obispado) para beneficio de la iglesia católica, así como su labor
de adoctrinamiento ideológico extendida en todos los centros
estatales; mediante los conciertos educativos, también pagados por
todos/as, y verdadera lacra de la escuela pública andaluza; como la
dejación de funciones que hace el propio Estado al permitir que
“sean las autoridades religiosas” quienes determinen el currículo
de la enseñanza de religión, (Decreto 97/2015, de 3 de marzo).
Como
docentes, como madres y padres, preocupados por la formación
integral de nuestros alumnos/as e hijos/as, debemos dar respuesta a
esta situación insólita que se produce en el Estado español y en
este caso concreto, en Andalucía. Si queremos una sociedad libre de
prejuicios, y fanatismos, como contemplan las propias leyes
educativas, se deben romper los acuerdos con el Vaticano y exigir que
el Estado cumpla con su aconfesionalidad en los espacios públicos,
pero sobre todo, en la Escuela. Esta ha de ser el espacio del saber,
de la creatividad, de la emoción que produce el conocimiento y la
reflexión, para que sea una escuela de todos/as y para todos/as los
ciudadanos/as