viernes, 27 de septiembre de 2019

Una escuela, ¿para qué?

Una escuela, ¿para qué?


A lo largo del siglo XX y XXI la pedagogía racionalista y crítica ha reflexionado de forma profunda sobre qué significa la escuela, cuáles son los procesos de aprendizaje en las niñas y niños, el papel del docente en estos procesos, al mismo tiempo que se ha debatido (y se sigue haciendo) sobre las contradicciones que surgen en la concreción de los diferentes modelos educativos, que podríamos resumir en una serie de interrogantes de difícil solución dentro del mundo capitalista en el que vivimos ¿es útil la escuela para compensar las desigualdades sociales existentes en el sistema o se terminan reproduciendo y perpetuando estas desigualdades? ¿Tiene capacidad transformadora la escuela de esta realidad o es un espacio de encuadramiento donde formar a los trabajadores en función de los intereses del mercado? Y a su vez, si no existiese la escuela, ¿dónde estarían los niños y niñas? ¿Cómo se acercarían al conocimiento científico, humanístico, artístico? ¿Dónde se educarían la sensibilidad literaria o musical o se reflexionaría a través de todo el patrimonio cultural y natural sobre la vida, el paso del tiempo, la concepción de uno mismo y sus relaciones con los demás, los principios democráticos, la solidaridad? Me refiero, claro está, a los niños y niñas de barrios trabajadores, de la devastada clase obrera, ya sabemos que las élites siempre han tenido y tienen sus lugares de formación y reconocimiento.

Este verano la Junta de Andalucía ha modificado vía Instrucción (12/2019, de 27 de junio) la organización del currículo de Primaria, que ha tenido como consecuencia inicial la expulsión de sus puestos de trabajo de miles de trabajadores de centros públicos, pero como segundo efecto, y no por ello menos importante, la reducción considerable de la asignatura de Educación Artística, que en el caso de la Plástica se ha visto mermada hasta lo anecdótico. Y así, en miles de aulas, con cientos de miles de estudiantes de la geografía andaluza, desde Almería hasta Huelva, cuentan en el horario semanal con media hora o cuarenta y cinco minutos máximo para esta materia. Sin embargo, las horas de Religión han aumentado, y por ejemplo en 4º curso de primaria, se imparten dos horas semanales de esta (sic) asignatura frente a la media hora de Plástica, por citar un caso concreto, en el CEIP Manuel Siurot de Huelva.

Es importante recordar que el Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero, por el que se establece el currículo básico de la Educación Primaria, recoge lo siguiente: “Las manifestaciones artísticas son aportaciones inherentes al desarrollo de la humanidad: no cabe un estudio completo de la historia de la humanidad en el que no se contemple la presencia del arte en todas sus posibilidades. Por otra parte, el proceso de aprendizaje en el ser humano no puede estar alejado del desarrollo de sus facetas artísticas que le sirven como un medio de expresión de sus ideas, pensamientos y sentimientos. Al igual que ocurre con otros lenguajes, el ser humano utiliza tanto el lenguaje plástico como el musical para comunicarse con el resto de seres humanos.

Desde esta perspectiva, entender, conocer e investigar desde edades tempranas los fundamentos de dichos lenguajes va a permitir al alumnado el desarrollo de la atención, la percepción, la inteligencia, la memoria, la imaginación y la creatividad. Además, el conocimiento plástico y musical permitirá el disfrute del patrimonio cultural y artístico, al valorar y respetar las aportaciones que se han ido añadiendo al mismo”

Y estamos muy de acuerdo con la introducción que se hace de la materia, pero algo aquí no encaja, puesto que, ¿alguien puede pensar que en media hora a la semana se puede desarrollar mínimamente el currículum de la asignatura? ¿Se desarrollará la percepción, la imaginación, la creatividad a través del lenguaje plástico, visual en treinta minutos?

Asimismo, el Decreto 97/2015, de 3 de marzo, por el que se establece la ordenación y las enseñanzas correspondientes a la Educación Primaria en la Comunidad Autónoma de Andalucía, recoge en su artículo 11, que “el horario que se asigne a las asignaturas debe entenderse como el tiempo necesario para el trabajo en cada una de ellas, sin menoscabo del carácter global e integrador de la etapa”. No obstante, es a todas luces obvio, que es imposible poder desarrollar plenamente la materia con media hora a la semana.

Cabe preguntarse entonces, ¿qué criterios pedagógicos ha seguido la Junta de Andalucía para que de facto se minimicen las enseñanzas artísticas? ¿Qué intereses hay detrás de todo este movimiento, que deja a trabajadores en la calle (que han entrado en bolsa con criterios públicos y conocidos, accesibles por todos/as, sin necesidad de profesar credo alguno) y a los alumnos sin las materias que la propia normativa vigente considera fundamentales para su desarrollo intelectual, su interacción con el mundo, su expansión creativa? ¿A cambio de qué se sacrifican asignaturas que ayudan a pensar, a desarrollar la personalidad, en pro de la religión, fundamentalmente católica, que pretende un pensamiento único y doblegado, que niega el saber científico por el dogma?

Probablemente, una de las claves está aquí: la propia Instrucción (12/2019, de 27 de junio) reconoce que sobre la Orden de 17 de marzo de 2015, por el que se desarrollaba el currículo correspondiente a la Educación Primaria en Andalucía, “fue interpuesto el recurso contencioso-administrativo 366/20151. Como consecuencia del mismo, la Sección Tercera de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía dictó la sentencia de 25 de mayo de 2018 por la que se anulaba dicha Orden. Habiendo sido inadmitido el recurso de casación interpuesto por esta Consejería, y con objeto de permitir el desarrollo del próximo curso escolar con normalidad y garantía para la Comunidad Educativa se dicta la presente Instrucción”.

Pero, ¿quién interpone un contencioso administrativo a la Junta, por qué y además lo gana? En la sentencia vemos cómo todas las diócesis y archidiócesis andaluzas actúan junto con la Asociación Profesional de Profesores de Religión de Centro Estatales (APPRECE), que aparece como parte interesada, y solicitan la nulidad de dicha Orden por una cuestión básicamente administrativa “ya que no le fue concedido el trámite de audiencia, ya que la notificación se produjo en lugar incorrecto”. El Tribunal les da la razón, sin entrar en otras cuestiones y la Orden se anula.

Y entonces retomo mi pregunta inicial… Un escuela, ¿para qué?

Probablemente sea la Iglesia católica una de las instituciones con mayor número de denuncias por pederastia en nuestra reciente historia, de sobra son conocidos sus juicios sobre las mujeres, el aborto, el divorcio, la homosexualidad, su limitado concepto de familia, su connivencia con el régimen franquista y el actual rechazo a la condena del mismo, así como a la recuperación de la memoria histórica, entre otras muchas cuestiones relacionadas con los Derechos Humanos que directamente no respeta. ¿Qué poder moral tiene esta institución para dar lecciones de nada? ¿Qué legitimidad? No hablamos de las creencias individuales, de la espiritualidad que para cada persona se manifiesta y representa de forma distinta. Eso nosotros sí lo respetamos profundamente, porque nosotros sí respetamos los Derechos Humanos.

Pero junto con nuestro rechazo a la posición de la Iglesia Católica por su intolerancia e intransigencia, denunciamos el negocio, sufragado por todos y cada uno de nosotros, a través de los “profesores” de Religión (cuyo nombramiento está designado por el propio obispado) para beneficio de la iglesia católica, así como su labor de adoctrinamiento ideológico extendida en todos los centros estatales; mediante los conciertos educativos, también pagados por todos/as, y verdadera lacra de la escuela pública andaluza; como la dejación de funciones que hace el propio Estado al permitir que “sean las autoridades religiosas” quienes determinen el currículo de la enseñanza de religión, (Decreto 97/2015, de 3 de marzo).
Como docentes, como madres y padres, preocupados por la formación integral de nuestros alumnos/as e hijos/as, debemos dar respuesta a esta situación insólita que se produce en el Estado español y en este caso concreto, en Andalucía. Si queremos una sociedad libre de prejuicios, y fanatismos, como contemplan las propias leyes educativas, se deben romper los acuerdos con el Vaticano y exigir que el Estado cumpla con su aconfesionalidad en los espacios públicos, pero sobre todo, en la Escuela. Esta ha de ser el espacio del saber, de la creatividad, de la emoción que produce el conocimiento y la reflexión, para que sea una escuela de todos/as y para todos/as los ciudadanos/as